Es frecuente por ignorancia en los tiempos actuales, no valorar los tesoros que Dios ha dado a Su Iglesia para que los utilicen sus fieles para obtener ventaja en el combate espiritual. En este breve artículo vamos a comentar sobre las reliquias resumiendo algunas publicaciones sobre el tema.
En el siglo XVI con el protestantismo se luchó contra la fe en este sacramental tratándolo de superstición por parte de los protestantes que niegan los sacramentos y sacramentales. Desde hace 50 años en este proceso de protestantismo del católico se ha perdido el sentido y devoción a este sacramental y existe hoy una falta de sensibilidad y devoción por falta de conocimiento. Este tema se puede incluir dentro de la apologética pues es tema usual de ataque. Veamos:
La palabra RELIQUIA procede del latín reliquiae y quiere decir literalmente: lo que queda atrás. La voluntad de recordar a los que habían entregado su vida por la Fe propició desde muy temprano la aparición de prácticas devocionales ligadas a restos corporales humanos que eran tenidos como intermediarios ante la divinidad. Las reliquias son consideradas la presencia materializada de lo sagrado y quieren ofrecer testimonio de las personas santas y de su poder sobre el mundo de los vivos otorgado por gracia de Dios para ensalzar a sus servidores…
… Dado que el cuerpo de las personas santas era considerado un signo de su alma perfecta, era lógico que sus restos se envolvieran en materiales preciosos que reforzaran su identidad y apuntaran a su presumible disfrute de la morada celestial. La visión de los huesos no era un requisito imprescindible para experimentar la materia sagrada.
Este enlace es interesante para obtener información y entender mejor con algún ejemplo:
Casi todos los seres humanos guardamos algunos tesoros que le han pertenecido a nuestros seres queridos: una herencia familiar, una foto, un trocito de pelo, alguna joya, etc. Estos artículos nos unen sentimentalmente a nuestros seres queridos y nos ayudan a recordarlos, especialmente después de su muerte. Hay algo natural y humano en guardar y atesorar estos recuerdos o herencias. Estas herencias o recuerdos son una forma de reliquia. Partiendo de este natural deseo de guardar y atesorar las herencias, los Católicos hemos siempre mantenido en alta estima en nuestros corazones las reliquias de los Santos. Estas reliquias pueden ser un hueso, una ampolla de sangre, un articulo usado por el santo como un libro de oraciones, o un trozo de tela pasado por el cuerpo del santo.
… De la misma forma en que tenemos un deseo natural de recordar a nuestros seres queridos, o permanecer cerca de ellos a través de estas herencias u objetos que le pertenecieron, así también, hemos de atesorar las herencias de nuestros hermanos y hermanas en la fe – los Santos. Ellos son un ejemplo de fe, nos enseñan los caminos de la santidad. Los Santos que ahora viven en el cielo están intercediendo por nosotros para que un día nosotros también nos unamos a ellos en la gloria celestial.
Fundamento Bíblico
Las reliquias son una forma de mantenernos conectados o unidos con nuestros Santos, nuestros hermanos y hermanas que nos han precedido en la fe. Por el hecho que las reliquias están conectadas a los santos y estos están eternamente unidos a Cristo en el cielo, las reliquias son mas grandiosas que cualquier herencia familiar. Son como un puente que nos une al cielo con un poder divino que emana de la santidad de vida que ellos vivieron. A través de la historia, las reliquias han sido una fuente de sanaciones milagrosas, inspiraciones de fe y avance del Reino. Estos milagros han sido documentados aun desde el inicio de las Escrituras. Moisés cargo con los huesos de José al salir de Egipto (Ex. 13:19). Hombres colocaron a un hombre muerto en la tumba de Eliseo y el hombre muerto volvió a la vida (2 Reyes 13:21). Las personas tocaban con telas a las manos de San Pablo (posiblemente estigmatizadas), luego tocaban con estas telas a los enfermos y estos se sanaban (Hechos 19:11).
San Ambrosio y San Agustín escribieron acerca de haber sido testigos personales de milagros ocurridos luego que los huesos de un mártir tocaron a un hombre enfermo. Aun hoy, por ejemplo, muchos milagros se han reportado en relación a las reliquias del recién canonizado San Padre Pio. Por supuesto, no toda veneración de reliquias resulta en una sanación milagrosa, pero, siempre conecta a la persona con el Santo y por ello con Dios. Dese su inicio, la Iglesia mantuvo la practica de la veneración de reliquias. Esta veneración no es el ofrecimiento de adoración o alabanza que solo pertenece a Dios.
La veneración es la honra, la admiración, el respeto y la devoción de corazón dada a los Santos. La veneración es una expresión de nuestra amistad y amor por los Santos – nuestros hermanos en el cielo. Esta veneración fluye de nuestra admiración por la santidad de vida de los santos y por su vida con Dios en el Cielo.
Y finalmente en este enlace se explica las reliquias de la mejor forma posible, Está escrito por el Padre Fernando Pascual y está muy bien el artículo para entender el uso de reliquias, y si aquí en este resumen se abrevia es solo por acortar extensión para hacerlo más atractivo. También en esta página hay enlace de vídeos explicativos: https://razonesparacreer.com/los-catolicos-y-las-reliquias/
Las reliquias son colocadas en envases sagrados y artísticos llamados relicarios. Los fieles con frecuencia hacen peregrinaciones a los santuarios donde se venera alguna reliquia o las reliquias viajan a diferentes lugares para permitir la veneración. Los fieles pasan tiempo en oración en la presencia de las reliquias. Estos pueden meditar en la vida de santidad del Santo, pedir su intercesión o ofrecer acción de gracias por algún favor recibido. Algunas veces se les permite a los fieles tocar el relicario o recibir la bendición con la reliquia. Finalmente, una estampa o trozo de tela que toca la reliquia se convierte en nueva reliquia de tercer grado que puede ser llevada a casa para veneración futura y han de ser tratadas con respeto recordando a la persona y el momento de oración ante la reliquia.
La costumbre cristiana de venerar reliquias tiene a sus espaldas siglos de historia. Con estos objetos muchos bautizados recuerdan a hombres y mujeres de todos los tiempos que han testimoniado, de modo especial, su amor a Cristo y su fidelidad a la fe. En ocasiones, sin embargo, se han producido desviaciones, engaños o excesos que falsean el sentido correcto que tienen las reliquias según la Iglesia. Por eso podemos preguntarnos: ¿cuál es la doctrina católica sobre el tema de las reliquias?
Para responder a esta pregunta, vamos a evocar algunos momentos de la historia del uso de las reliquias entre los cristianos, así como documentos importantes de la Iglesia católica que hablan sobre estos objetos de devoción.
Como se ha dicho antes ya en los primeros siglos de la era cristiana fueron redactados testimonios que muestran el respeto hacia restos mortales u objetos de diverso tipo, especialmente de mártires. Cuando el obispo de Esmirna, san Policarpo que fue discípulo de san Juan, sufrió el martirio (S. II), algunos cristianos recogieron sus huesos y, según documento de la época, los consideraron más valiosos que el oro o que las piedras preciosas (Martirio de Policarpo, 18).
En otros lugares, y mientras duraban las persecuciones de los primeros siglos, los cristianos veneraban las tumbas de los mártires, celebraban su memoria, y trataban con respeto sus restos mortales, como auténticas “reliquias” (vestigios, recuerdos) del heroísmo de quienes dieron la propia vida por mantener su fe en Jesucristo salvador.
Cuando terminaron las persecuciones, no sólo se difundió el respeto a las reliquias de los santos, sino que se promovió también la búsqueda de objetos relacionados con Jesucristo y con personajes que convivieron con el Salvador, especialmente la Virgen María y los Apóstoles. A mediados del siglo IV, un escritor afirmaba que en muchos lugares del mundo de entonces (es decir, de los territorios del Imperio romano) había reliquias de la Cruz de Cristo, que habría sido encontrada, según se creía, hacia el año 318 por santa Elena.
La veneración de las reliquias en tantos lugares mostraba la existencia de una fe profunda en los bautizados, pero no estuvo exenta de excesos o abusos. Pronto se difundieron ideas equivocadas sobre el carácter milagroso de ciertas reliquias. Algunas personas llegaron a cometer robos, por lo que tuvo que intervenir el mismo emperador Teodosio (hacia finales del siglo IV) para poner orden en este tema. También se hizo necesario prohibir el despedazamiento de los restos mortales de mártires, pues algunos recurrían a este método para obtener más reliquias.
A nivel doctrinal, hubo entre Santos Padres quienes denunciaron la existencia de abusos, y defendieron la necesidad de un uso correcto de estos objetos para la veneración de los fieles. Por ejemplo, san Jerónimo afirmaba claramente que no adoramos las reliquias de los mártires, sino que a través de ellas adoramos a Aquel (Dios) por quien fueron mártires (cf. “Ad Riparium”, I, P.L., XXII, 907). San Agustín, por su parte, en diversos momentos de su obra “La ciudad de Dios”, presenta más bien los aspectos positivos de la veneración de las reliquias, al describir el uso que los cristianos hacían de ellas y los beneficios obtenidos de Dios gracias a las oraciones en las que se pedía la intercesión de los Santos.
En este contexto se va desarrollando y completando, a lo largo de muchos siglos, la doctrina católica sobre el uso y veneración de las reliquias como vemos en el magisterio.
Magisterio sobre el tema.
Podemos recordar un importante texto del Concilio II de Nicea (del año 787), en el que, al hablar sobre las imágenes sagradas y otros objetos de culto, se condenó la postura de quienes despreciaban tradiciones de la Iglesia y rechazaban “alguna de las cosas consagradas a la Iglesia: el Evangelio, o la figura de la cruz, o la pintura de una imagen, o una santa reliquia de un mártir” (cf. Denzinger-Hünermann n. 603).
Dos siglos después, el año 993, el Papa Juan XV escribía en una encíclica dirigida a los obispo de Francia y Alemania: “de tal manera adoramos y veneramos las reliquias de los mártires y confesores, que adoramos a Aquél de quien son mártires y confesores; honramos a los siervos para que el honor redunde en el Señor” (cf. Denzinger-Hünermann n. 675).
El texto puede provocar sorpresa, pues se habla de adorar y venerar las reliquias (nota: adoramos la reliquia del Lignum Crucis con culto de latría o las que provienen directamente de Cristo como Su Preciosisima Sangre debido a que son extensión misma de Cristo), pero el sentido parece claro: no se trata de ver las reliquias como objetos divinos, sino como medios para reconocer y adorar a Dios, que es la causa de la santidad (del martirio y de la confesión) de hombres y mujeres cuyos recuerdos son venerados por los fieles.
La difusión y traslado de reliquias tuvo un nuevo auge tras las cruzadas, especialmente a inicios del siglo XIII. Para evitar ser engañados por personas de Tierra Santa que vendían como reliquias objetos cuyo valor era dudoso o claramente falso intervino el Concilio IV de Letrán (en el año 1215), que publicó un texto severo contra ciertos abusos respecto del uso de reliquias. En el canon 62 de este Concilio leemos:
“La religión cristiana es demasiado a menudo denigrada porque algunos exponen reliquias de santos para venderlas o para mostrarlas a cada paso. Para que eso no se produzca más en el futuro, establecemos por el presente decreto que las reliquias antiguas no sean más expuestas fuera del relicario ni mostradas para ser vendidas. En cuanto a las nuevamente encontradas, nadie ose venerarlas públicamente, si no hubieren sido antes aprobadas por autoridad del Romano Pontífice. Además, los rectores de las iglesias vigilarán en el futuro para que la gente que va a sus iglesias para venerar las reliquias no sea engañada con discursos inventados o falsos documentos, como se suele hacer en muchísimos lugares por afán de lucro” (Denzinger-Hünerman nº 818).
Avancemos a lo largo del tiempo… A causa de la Reforma protestante (siglo XVI) y de las consecuencias producidas por la misma, el Concilio de Trento trató en la sesión XXV (el año 1563) el tema de las reliquias, así como el de las imágenes sagradas. Para ello, aprobó un importante decreto, que iniciaba con estas palabras:
“Manda el santo Concilio a todos los Obispos, y demás personas que tienen el cargo y obligación de enseñar, que instruyan con exactitud a los fieles ante todas cosas, sobre la intercesión e invocación de los santos, honor de las reliquias, y uso legítimo de las imágenes, según la costumbre de la Iglesia Católica y Apostólica, recibida desde los tiempos primitivos de la religión cristiana, y según el consentimiento de los santos Padres, y los decretos de los Sagrados Concilios; enseñándoles que los santos que reinan juntamente con Cristo, ruegan a Dios por los hombres; que es bueno y útil invocarlos humildemente, y recurrir a sus oraciones, intercesión, y auxilio para alcanzar de Dios los beneficios por Jesucristo Su Hijo, nuestro Señor, que es sólo nuestro Redentor y Salvador; y que piensan impíamente los que niegan que se deben invocar a los Santos que gozan en el cielo de eterna felicidad; o los que afirman que los Santos no ruegan por los hombres; o que es idolatría invocarlos, para que rueguen por nosotros, aun por cada uno en particular; o que repugna a la palabra de Dios, y se opone al honor de Jesucristo, único mediador entre Dios y los hombres; o que es necedad suplicar verbal o mentalmente a los que reinan en el cielo”.
Desde sus primeras líneas, el decreto del Concilio de Trento pide a los obispos que enseñen a los católicos la sana doctrina sobre el modo de rezar e invocar a los Santos, y coloca en ese contexto el tema de las reliquias. Recuerda, además, que los Santos reinan con Cristo e interceden por los hombres, y que al invocar a los Santos se pide alcanzar de Dios “los beneficios por Jesucristo Su Hijo, nuestro Señor, que es sólo nuestro Redentor y Salvador”. Este punto es importante, pues las reliquias, que sirven para recordar a los Santos, no son objetos mágicos, sino que se relacionan directamente con los Santos en cuanto intercesores. Al mismo tiempo, el texto apenas citado recuerda que sólo Jesucristo es Salvador, no los Santos ni sus reliquias. El siguiente párrafo del decreto aplica lo anterior al tema de las reliquias de modo más explícito:
“Instruyan también a los fieles en que deben venerar los Santos Cuerpos de los Santos Mártires, y de otros que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del mismo Cristo, y Templos del Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la vida eterna para ser glorificados, y por los cuales concede Dios muchos beneficios a los hombres; de suerte que deben ser absolutamente condenados, como antiquísimamente los condenó, y ahora también los condena la Iglesia, los que afirman que no se deben honrar, ni venerar las reliquias de los Santos; o que es en vano la adoración que estas y otros monumentos sagrados reciben de los fieles; y que son inútiles las frecuentes visitas a las capillas dedicadas a los Santos con el fin de alcanzar su socorro”.
De esta manera, el Concilio de Trento confirmaba la doctrina Católica secular:
Es correcto venerar los cuerpos de los mártires y de los santos, así como las reliquias en general, por lo que incurren en error quienes niegan la validez de esta costumbre antiquísima.
El decreto sigue con indicaciones sobre las imágenes religiosas que no vamos a recoger ahora aquí. Después de exponer la doctrina, el Concilio de Trento pasa a pedir, en sus últimas líneas, que se extirpen abusos y errores referentes a los Santos, a las Reliquias y a los Iconos. Leamos estos momentos conclusivos del texto:
“Destiérrese absolutamente toda superstición en la invocación de los Santos, en la veneración de las reliquias, y en el sagrado uso de las imágenes; ahuyéntese toda ganancia sórdida; evítese en fin toda torpeza; de manera que no se pinten ni adornen las imágenes con hermosura escandalosa; ni abusen tampoco los hombres de las fiestas de los santos, ni de la visita de las reliquias, para tener convitonas, ni embriagueces: como si el lujo y lascivia fuese el culto con que deban celebrar los días de fiesta en honor de los Santos. Finalmente pongan los Obispos tanto cuidado y diligencia en este punto, que nada se vea desordenado, o puesto fuera de su lugar, y tumultuariamente, nada profano y nada deshonesto; pues es tan propia de la casa de Dios la santidad.
Y para que se cumplan con mayor exactitud estas determinaciones, establece el santo Concilio que a nadie sea lícito poner, ni procurar se ponga ninguna imagen desusada y nueva en lugar ninguno, ni iglesia, aunque sea de cualquier modo exenta, a no tener la aprobación del Obispo. Tampoco se han de admitir nuevos milagros, ni adoptar nuevas reliquias, a no reconocerlas y aprobarlas el mismo Obispo. Y éste, luego que se certifique en algún punto perteneciente a ellas, consulte algunos teólogos y otras personas piadosas, y haga lo que juzgare convenir a la verdad y piedad. En caso de deberse extirpar algún abuso, que sea dudoso o de difícil resolución, o absolutamente ocurra alguna grave dificultad sobre estas materias, aguarde el Obispo antes de resolver la controversia, la sentencia del Metropolitano y de los Obispos comprovinciales en concilio provincial; de suerte no obstante que no se decrete ninguna cosa nueva o no usada en la Iglesia hasta el presente, sin consultar al Romano Pontífice”.
Algunos años después del Concilio de Trento, el Papa Clemente VIII instituyó una Congregación para las indulgencias (en el año 1593). Un siglo después, el Papa Clemente IX (1667-1669) remodeló las atribuciones de esa congregación, que se convirtió en la Sagrada Congregación de las Indulgencias y de las Reliquias. Sus funciones eran: examinar y disciplinar el uso de indulgencias y de reliquias en la Iglesia Católica, evaluar cuáles eran auténticas, y evitar abusos en el empleo de objetos relacionados con la vida de Cristo y con los Santos. La Congregación estuvo funcionando hasta 1917, cuando el Papa Benedicto XV la agregó definitivamente a la Penitenciaría apostólica.
Dando un salto en el tiempo, a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX hubo otras intervenciones importantes del Magisterio de la Iglesia sobre el tema de las reliquias. En concreto, podemos recordar al Papa san Pío X en su encíclica “Pascendi” (1907). En ella, el Papa deplorabla el desprecio de algunos hacia las reliquias, y ofrecía una serie de indicaciones concretas:
“Acerca de las sagradas reliquias, obsérvese lo siguiente: si los obispos, a quienes únicamente compete esta facultad, supieren de cierto que alguna reliquia es supuesta, retírenla del culto de los fieles. Si las «auténticas» de alguna reliquia hubiesen perecido, ya por las revoluciones civiles, ya por cualquier otro caso fortuito, no se proponga a la pública veneración sino después de haber sido convenientemente reconocida por el obispo…
…“Además de la liturgia sacramental y de los sacramentales, la catequesis debe tener en cuenta las formas de piedad de los fieles y de religiosidad popular. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado, en todo tiempo, su expresión en formas variadas de piedad en torno a la vida sacramental de la Iglesia: tales como la veneración de las reliquias, las visitas a santuarios, las peregrinaciones, las procesiones, el vía crucis, las danzas religiosas, el rosario, las medallas, etc.” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 1674).
En el número siguiente el Catecismo explica que la religiosidad popular está en relación con la liturgia de la Iglesia, pero sin sustituirla… Luego se dan a entender aspectos positivos de esta religiosidad popular, que tanto valor tiene para promover la relación entre lo humano y lo divino…
…El “Código de Derecho Canónico”, el Directorio alude al tema del uso de las reliquias en los altares. En concreto, afirma:
“237. El Misal Romano, renovado, confirma la validez del «uso de colocar bajo el altar, que se va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque no sean mártires». Puestas bajo el altar, las reliquias indican que el sacrificio de los miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de la Cabeza, y son una expresión simbólica de la comunión en el único sacrificio de Cristo de toda la Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de la propia fidelidad a su esposo y Señor”.
El mismo n. 237 del Directorio ofrece indicaciones concretas para una pastoral que ayude a hacer un buen uso de las reliquias:
“A esta expresión cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas de índole popular. A los fieles les gustan las reliquias. Pero una pastoral sobre la correcta veneración debida, no se descuidará:
# asegurar su autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las reliquias, con la debida prudencia, se deberán retirar de la veneración de los fieles;
# impedir el excesivo fraccionamiento de las reliquias, que no se corresponde con el respeto debido al cuerpo; las normas litúrgicas advierten que las reliquias deben ser de «un tamaño tal que se puedan reconocer como partes del cuerpo humano»;
# advertir a los fieles para que no caigan en la manía de coleccionar reliquias; esto en el pasado ha tenido consecuencias lamentables;
# vigilar para que se evite todo fraude, forma de comercio y degeneración supersticiosa.
Las diversas formas de devoción popular a las reliquias de los Santos, como el beso de las reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las mismas, sacarlas en procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a los enfermos para confortarles y dar más valor a sus súplicas para obtener la curación, se deben realizar con gran dignidad y por un auténtico impulso de fe. En cualquier caso, se evitará exponer las reliquias de los Santos sobre la mesa del altar: ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires”.
…Se puede decir, en resumen, que, sin dejar de avisar sobre peligros, deformaciones o usos indebidos de las reliquias, la Doctrina Católica considera las partes de los cuerpos de los Santos u otros objetos relacionados directamente con ellos, como una ayuda para entrar en contacto con Dios a través de hombres y mujeres que se dejaron transformar por la gracia y alcanzaron así el don de la salvación en Cristo. Esos hombres y mujeres son ahora intercesores, se unen a la oración de Cristo al Padre en favor de sus hermanos.
Este es el sentido correcto del uso y veneración de las reliquias, que ayudan al corazón cristiano para renovar su fe, y que permiten así una mejor comprensión del Evangelio y una participación más consciente y madura en los sacramentos, en los que no sólo recordamos (como al hacer uso de las reliquias) la acción salvadora de Cristo, sino que la acogemos como fue acogida, a veces de modo heroico, por tantos miles y miles de santos de todos los tiempos.
Por último decir, que cuando se observa una transacción económica por una reliquia, no se paga por la reliquia la cual no debe caer en usos económicos sino que el costo sí tasable es por el relicario que contiene a la reliquia que son de metal precioso o valor artístico. El único caso en el que se hace excepción y permite por el pago de una reliquia es para sacarla del mercado inapropiado a veces creado por anticuarios o coleccionistas que puedan usar la devoción religiosa para propio beneficio. Es en este caso donde se permite el pago económico con el fin de evitar la especulación con la reliquia la cual debe ser liberada de dicha especulación.
Hoy en día el uso y mercado de reliquias es ínfimo debido a la falta de cristianos con fe y desgraciadamente los que tienen fe, tantos caen en una fe poco formada en la que no valoran los regalos que Dios nos da para practicar la fe en este mundo. Muchas reliquias fueran destruidas en persecuciones religiosas como las de 1936 en España y otras han quedado en el olvido por desconocimiento de familiares que no aprecian lo que han heredado. Se puede decir que el uso de reliquias en una época va en proporción a la fe que se tiene en esa determinada época.
A.M.G.D.
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Fuente: mensajerosdelavida.es
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